Médico de Cuerpos y Almas . Taylor Caldwell [Novela Histórica]


Año publicación: 1958
Temas: Literatura : Histórica

Esta novela narra el periplo del gran sanador Lucano, más conocido como san Lucas, el tercer evangelista. Una novela donde los valores sublimes de un hombre entran en colisión con la crueldad de una sociedad en plena decadencia.

PROLOGO

Este libro ha estado elaborándose durante cuarenta y seis años.

La primera versión fue escrita cuando yo tenía doce años, la segunda a los veintidós años de edad, la tercera a los veintiséis y durante todo este tiempo nunca dejé de trabajar en la obra.

Desde mi niñez, Lucano o Lucas, el gran apóstol, ha sido una obsesión para mí. Fue el único apóstol que no era judío. Nunca vio a Cristo.

Todo cuanto está escrito en su elocuente aunque mesurado Evangelio lo supo de oídas, por testigos de Cristo, de su Madre, de los discípulos y de los apóstoles. Su primera visita a Jerusalén tuvo lugar un año después de la Crucifixión.

Y sin embargo fue uno de los apóstoles más importantes. Al igual que Saulo de Tarso, conocido más tarde por Pablo, el Apóstol de los Gentiles, creyó que Nuestro Señor había venido no sólo para los judíos sino también para los Gentiles . Tenía mucho en común con Pablo, por que Pablo tampoco había visto nunca a Cristo. Cada uno de ellos recibió una revelación individual. Los dos hombres tuvieron dificultades con los primeros apóstoles porque éstos creyeron testarudamente y durante un tiempo considerable que Nuestro Señor se encarnó y murió para salvar sólo a los judíos y se mantuvieron en esta creencia incluso después de Pentecostés.

¿Por qué me ha obsesionado siempre San Lucas y por qué le he amado desde la niñez? No lo sé. Ante esta pregunta sólo sé citar una frase de Nietzche: “Se oye —ni se busca ni pregunta quién da— no he podido elegirlo por mí mismo”.

Este libro trata de Nuestro Señor solo indirectamente. Ninguna novela ni libro histórico puede narrar la historia de su vida tan bien como la Santa Biblia. Por lo tanto la historia de Lucano, o San Lucas, es la historia de la peregrinación de todos los hombres, que a través de la desesperación y la vida en tinieblas, el sufrimiento y la angustia, la amargura y la pena, la duda y el cinismo, la rebelión y la desesperanza han llegado a los pies y la comprensión de Dios. La búsqueda de Dios y la revelación final son las únicas cosas que dan sentido a la
vida del hombre. Sin ellas el hombre vive como un animal irracional, sin consuelo ni sabiduría y toda su vida es vana, sin que lo evite su posición social, poder o nacimiento.

Un sacerdote, que nos ayudó a escribir el libro, afirmó que San Lucas “fue el primer trovador de Nuestra Señora”. Únicamente a San Lucas reveló María el Magnificat, que contiene las más nobles palabras escritas en cualquier literatura.

El amó a María más que a ninguna otra mujer en su vida.

Mi esposo y yo hemos leído más de mil libros acerca de San Lucas y de su época; y al final de esta novela se da una nota bibliográfica para quien quiera que desee continuar leyendo sobre el tema. Si el mundo de San Lucas parece sorprendentemente moderno al lector, es porque así fue en realidad.

Este libro puede que no sea el mejor del mundo pero ha sido escrito con amor y devoción hacia nuestros prójimos y, por este motivo, lo ponemos en sus manos, porque su contenido concierne a toda la humanidad.

Casi todos los acontecimientos y detalles de los primeros años de San Lucas, de su edad juvenil y de su búsqueda, así como los que se refieren a su familia y a su padrea adoptivo, son históricos. Hay que recordar siempre que por encima de todo San Lucas fue un gran médico.

Cuando la autora de esta obra tenía doce años, encontró un libro escrito por una monja de Antioquía que contenía muchas leyendas y tradiciones oscuras acerca de Lucas, incluyendo muchos milagros al principio desconocidos como tales, incluso para él mismo, realizados antes de su viaje a la Tierra Santa.

Algunas de estas leyendas provienen de Egipto, otras de Grecia y han sido i ncluidas en esta novela. Por entonces Lucas no sabía que era uno de los elegidos de Dios no que alcanzaría la santidad.

El poderoso y espléndido imperio babilónico no resulta familiar para muchos lectores, no lo son los conocimientos de entonces en la medicina y la terapéutica de los sacerdotes-médicos, como tampoco su ciencia, todo lo cual fue heredado por los egipcios y los griegos. Los científicos babilónicos conocían las fuerzas magnéticas y las sabían usar. Estas cosas se hallaban en los miles de volúmenes de la maravillosa Universidad de Alejandría, que fue quemada por el emperador Justiniano, varios siglos después, en un arrebato de celo mal entendido. La medicina y la ciencia moderna empiezan ahora a redescubrir estas cosas.

La época presente es más pobre de lo que hubiese sido, de no haber mediado el furor de Justiniano. Si la ciencia y la medicina babilónica hubiesen llegado hasta nosotros por medio de una tradición ininterrumpida, nuestro conocimiento del mundo y los hombres sería ahora mucho más amplio de lo que es actualmente. No hemos descubierto aún cómo los babilónicos iluminaban sus velas con un “fuego frío más brillante que la luna”, no cómo hacían lo mismo en sus templos. Aparentemente conocían algún medio para usar la electricidad que nos es desconocido a nosotros, y que no era, además tan burdo como los nuestros. Se nos menta que
usaban “navíos terrestres”, iluminados por la noche y capaces de alcanzar grandes velocidades. (Véase el libro de Daniel). También sabemos que usaban “piedras” raras o alguna clase de mineral para la cura del cáncer.

Tenían gran experiencia en el uso del hipnotismo y en la medicina psicosomática. Abraham, que había residido en la ciudad de Ur, en Babilonia, transmitió a los judíos el conocimiento de la medicina psicosomática y éstos la usaron durante siglos. Los Magos “los hombres sabios de Oriente”, que llevaron ofrendas al Niño Jesús, eran babilónicos, aunque por entonces aquella nación hacía tiempo que había entrado en una gran decadencia.

En los puntos en que los eruditos difieren respecto a algunos incidentes narrados en este libro, a los detalles históricos, he tomado la teoría más probable. Tan sólo he usado el Evangelio de San Lucas, sin referirme a cuanto aparece en los de San Mateo, San Marcos y San Juan.

Deseo expresar mi gratitud al doctor George E. Slotkin de Eggertville, N.Y. urólogo famoso y profesor emérito de la Escuela de Medicina de Buffalo, N.Y., por su valiosa ayuda en el campo de la medicina antigua y de la moderna.

TAYLOR CALDWELL


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