El Palacio de los Sueños . Ismail Kadaré - Premio Príncipe de Asturias de las Letras



Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009

Ismail Kadare (o Kadaré, con acentuación francesa), el reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras, es un escritor relativamente poco conocido en nuestro país -al menos hasta ahora-. Yo no había oído hablar de él hasta hace aproximadamente dos años, cuando una amiga me recomendó y me prestó El palacio de los sueños, que está considerada como una de sus obras más importantes. Me encantó.

El palacio de los sueños (1991) tiene un aire a El Castillo, de Kafka, y aunque Kadare niega considerarse un disidente del régimen comunista, podría considerarse como una alegoría de los extremos a los que llega el poder absoluto. Situado en la capital del Imperio Otomano, narra la historia de Mark-Alem, un hombre que, después de mucho intentarlo, logra entrar a trabajar en el Palacio, en el que se analizan los sueños de todos los súbditos en busca de señales de rebelión o disidencia. Los sueños son estudiados, clasificados y seleccionados, y cada semana se elige un Sueño con mayúsculas que, debidamente interpretado, condicionará las decisiones del Sultán.

La sensación que deja la novela es agobiante, desasosegante, alucinatoria. El universo gris y opresivo en que se mueve Mark-Alem es, como decía antes, propiamente kafkiano, y su ascenso a través de la escala jerárquica del palacio, igual de inexplicable que la sentencia contra K. en El proceso. La novela incluye también varios pasajes oníricos (como corresponde al tema, pero también a las preferencias de Kadaré, que huye siempre del realismo) que contribuyen a acentuar esa sensación de desaliento y desorientación que comparte en protagonista y el lector.

Analisis por Crypt Vihâra:

El control total del individuo, para una dictadura perfecta, no puede limitarse al reino de la realidad externa, de lo tangible. Teniendo como finalidad la administración del poder absoluto, la dictadura perfecta necesita presentir, prever y contrarrestar, si hiciera falta, los movimientos de masa que podrían nacer del estado de ánimo del pueblo, un estado de ánimo que, por temor, el pueblo esconde.

¿Dónde se manifiesta libremente, irrefrenablemente el malestar de un pueblo? En la parte más íntima de la mente de cada uno de sus ciudadanos, en su inconsciente.

Y el inconsciente se expresa en los sueños. Es natural, pues, que una dictadura perfecta necesite conocer qué sueñan sus ciudadanos. Para ello, se crea un reparto oficial, una dirección general, un ministerio: el inmenso Palacio de los Sueños. Y, con él, se instaura una vastísima red de información, compuesta por una miríada de agentes que, surcando el territorio de un confín al otro, recogen los sueños de la gente: los sueños inocentes y los culpables, las pesadillas y los paraísos oníricos. En cada uno de ellos puede esconderse un elemento, una pista significativa para el poder, por tenue que sea, por insignificante que parezca.

Los sueños así recogidos confluyen en el Palacio de los Sueños, en donde un funcionariado rigurosamente adiestrado los clasifica, los selecciona, los interpreta y los eleva a las instancias superiores. Y los archiva.

Pero los técnicos más avezados escogen periódicamente un sueño, el sueño que mejor refleja el estado de ánimo popular, el que con mayor fiabilidad permite presagiar el futuro político del Estado. Y ese sueño llega a los pies del tirano, quien en función de su contenido, mueve sus huestes para favorecer o impedir que el sueño se haga realidad.

Así, el Palacio de los Sueños creado por deseo expreso y directo del Sultán Soberano, tiene como misión clasificar y examinar no ya los sueños aislados de personas individuales, sino el tabir total, dicho de otro modo, el sueño de todos los súbditos sin excepción. La idea concebida por el Soberano de crear el Tabir Saray se apoya en el hecho de que Alá lanza su sueño premonitorio sobre la superficie del globo terráqueo con idéntico descuido con que arroja una estrella o un rayo, o acerca de pronto a nosotros un cometa extraído de quien sabe que ignotas profundidades del cosmos. Así pues, Él arroja su señal sobre la tierra sin fijarse dónde cae, pues en las alturas donde Él se encuentra no presta la menor atención a estos detalles que para nosotros son tan vitales. Es tarea nuestra vigilar donde cae ese sueño, buscarlo entre millones y miles de millones de otros sueños, tal como se busca una perla extraviada en un desierto de arena. Porque descifrar ese sueño, caído como una chispa perdida de una entre los millones de personas dormidas, puede prevenir la desgracia del Estado y su Soberano, evitar la guerra o la peste, hacer que germinen ideas nuevas. Por eso este Palacio de los Sueños no es una quimera sino uno de los Pilares del Estado. Por eso el Sultán Soberano dispone que ningún sueño, aunque haya sido concebido por el más insignificante siervo de Alá debe escapara a la vigilancia del Tabir Saray.

En el continente nocturno del sueño se encuentran tanto la luz como las tinieblas de la humanidad, su miel y su veneno, su grandeza y su miseria. Un abismo de negrura tenebrosa sin límite ni final en la que Mark-Alem Qyprilli, el protagonista, se esfuerza por extraer algunos retazos de verdad. Todo lo que se muestra para él confuso y amenazante o lo que puede llegar a serlo al cabo de los siglos, manifiesta su existencia mediante los sueños de los hombres. No existe pasión, adversidad, rebelión o crimen que no proyecte su sombra en el sueño antes de materializarse en el mundo, antes de materializarse la condena a muerte de los Qyprilli.

Ismaíl Kadaré teje, a partir de esta idea diabólica, una novela en la cual, premonitoriamente, queda plasmada la realidad escalofriante que ya ha caracterizado hasta el día de hoy, no ya su propio país, Albania, sino la historia política de nuestro siglo y nuestra sociedad desesperada no tanto por la irracionalidad de un universo burocratizado sino, al contrario, por la racionalidad insalvable de su eficiencia técnica. Centro del reino de las tinieblas, el Palacio de los Sueños es como el arquetipo de las policías de las conciencias, ésas que desde tiempo inmemorial se han ocupado de perpetuar las tiranías.

Ismaíl Kadaré acerca de esta novela afirma: "Desde hacía mucho tiempo tenía ganas de construir un infierno. Mediaba, no obstante, lo que semejante proyecto tenía de ambicioso y hasta de quimérico, después de los anónimos egipcio, Virgilio, San Agustín, y sobre todo, Dante". Escrita y publicada en Albania en 1981, esta obra resuena como un grito de horror en la noche de los imperios del Este, hoy derrumbados o en agonía.


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